miércoles, 28 de agosto de 2013

Irina acaba de abortar


                                     
Irina junto a la pira
Oídme; porque soy alguien.
Y sobre todo no me confundáis con nadie.
 Friedrich Nietzsche

                                                                                           

Irina acaba de abortar. Sus compañeras de vivienda han hecho una colecta porque no podía afrontar la factura. Ella está a dos velas, se gastó hasta la última peseta en la travesía y aún mantiene, en la aldea, una deuda con su familia que financió la aventura. Tantas economías, pesadumbres y fatigas, y la deuda de allá no sólo no mengua sino que se le suma ahora la de acá.

Irina es rubia, alta y delgada, tiene la mirada clara y es dulce y joven y guapa.

Trabajó cuatro semanas y media en la casa de María: limpieza y plancha, cinco horas, tres veces a la semana. Enseguida la ofrecieron trabajar en la vivienda contigua. Aceptó.

Si consiguiera otra casa, pensaba, antes de dos Navidades pagaría todas las deudas y sobraría para mandar a casa.

Irina que es moldava, vivía en Coslada y aprovechaba la ruta de ida y vuelta a nuestra ciudad, para estudiar una miniatura impresa de lengua rusa – lengua española y viceversa.

Una mañana no acudió a casa de María, ni volvió a dar señales de vida, se esfumó mágicamente, ni siquiera pasó a cobrar.

Una voz de mujer respondía a las llamadas: “No está, ya no vive aquí, no dejó dirección ni nada.”

Pasadas unas semanas y por casualidad, María la encontró en la RENFE. Tuvo que sujetarla con fuerza de la mano para que no escapara y prácticamente la obligó a acompañarla hasta una oficina bancaria para pagarle la nómina. Después, más tranquilas, se sentaron en una cafetería e Irina, la de la limpia mirada, ahora nublada de lágrimas, se sinceró.

No irá a la policía porque nunca la creerían y aunque así fuese, no tiene la documentación en regla. La expulsarían y ahora no puede volver a casa. No sin pagar las deudas, las de acá y las de allá. No puede volver fracasada. Las esperanzas, las haciendas, las ilusiones de toda la familia dependen de ella. No puede fallar.

Se buscará la vida en otra ciudad. A la nuestra, innominable aquí por masculina, no piensa volver jamás.

La acongoja tener que hacerse las pruebas. Ahora sólo faltaría que tuviera las señales de la inmunodeficiencia adquirida, SIDA.

Dice que toda la maldad es masculina y que, de esas bestias humanas que nunca usan falda, no cree que se salve ni la que la engendró.

A petición expresa de María que sabe que todas las personas que conocemos la historia estamos indignadas, la cuento como ella me la ha contado, con voz femenina.

No habría habido interrupción de la gestación, ni colecta, ni deserción; tampoco lágrimas, ni indignación, ni estas líneas si en la segunda vivienda, tras esa persona ejemplar de conducta intachable; cortés, discreta, servicial, amigable…  la vecindad deseable; si tras esa beatífica apariencia no se hallase escondida la sabandija que ¿para demostrar su hombría? bajo amenaza de muerte, la violó, a Irina.                    

                                                                              Pako Galán

Nota: María e Irina no se llaman así.

Artículo publicado la decada pasada por primera vez en la revista de la asociación de  vecinos de Tres Cantos: Nuevo Tres Cantos

jueves, 18 de julio de 2013

Contra viento y marea



Paseaba por el Parque Central de Tres Cantos, cuando una mujer que marchaba en sentido contrario me dijo: “Hasta luego.” Yo, que por lo general soy despistado y con mala memoria para las caras, respondí con un apresurado y musical: “Hasta lueegooo.” La señora reflexionó un par de segundos y girando levemente la cabeza pero sin detenerse, me aclaró: “Le digo al perro.”
Mastín del Pirineo devora sindicalistas

Sería estúpido generalizar sobre los paseantes de perros basándose en hechos aislados como el mencionado e igual de ridículo sería afirmar por ejemplo que todos los curas sean pederastas.
No se puede decir que Bárcenas sea el prototipo del hombre de partido ni que Lanzas, el de los EREs, represente la imagen fiel del buen “ugetista,” ni siquiera que todos los empresarios sean de la misma calaña que los Ruiz Mateos.
¿Te imaginas a tu frutera, empresaria, robando al erario público con ingeniería financiera a lo Díaz Ferrán o especulando con pelotazos que pongan en riesgo el puesto de trabajo de sus empleados y el suyo propio mientras acumula dinero negro en paraísos fiscales? ¿Acaso los payos sois unos sinvergüenzas redomados porque Urdangarín y su esposa lo sean?

Ahora que corren tiempos de simplificación y generalización, de tomar la parte por el todo, de soslayar  el mínimo esfuerzo necesario para  intentar comprender la realidad. Ahora que está de moda hablar mal de los “políticos,” que “todos son iguales y corruptos” que “no nos representan” y que por “afinidad,” los “sindicatos y los sindicalistas”  presentan las mismas enfermedades, y que, como buen chivo expiatorio, son culpables de males sin fin. Ahora que se lee en la prensa y en la redes sociales, que se oye en las televisiones, en las manifestaciones y en las asambleas del 15M, y en el metro y en los bares y junto a la máquina de café de la oficina cosas como que “PSOE y PP la misma mierda es.” Digo, contra viento y marea que el sentido común dicta que, por citar dos ejemplos, sacarnos de la guerra de Irak es lo contrario que meternos en ella, y que aprobar una ley de matrimonio de parejas del mismo sexo no es precisamente lo mismo que recurrir al Tribunal Constitucional para que invalide la misma ley.

Los más antiguos sabemos cómo ha cambiado este país en los últimos 40 años y quienes han sido los agentes  del cambio y los forjadores de esta  democracia manifiestamente mejorable y del desarrollo del pseudo-estado de bienestar que se está desmantelando a marchas forzadas.

Las relaciones laborales en la empresa son desiguales, siempre lo han sido; en ellas al trabajador le toca invariablemente el lado más débil; las condiciones no se pactan como algunos quieren hacernos creer, se imponen y para los trabajadores siempre ha habido dos maneras  de intentar mejorarlas: La individual y la colectiva.

En la primera, las personas  confían en los méritos propios: obediencia, capacidad, actitud… o simplemente creen que la movilización organizada es demasiado costosa para los réditos que se pueden esperar y que en cualquier caso, sin exponer nada a cambio, también se beneficiarán de lo que puedan conseguir los “pringaos” que opten por estos medios.

La colectiva que no excluye a la primera, es la de quienes creen que la fuerza desigual puede equilibrarse aunando la de los débiles en el mismo plato de la balanza.
La asociación de los trabajadores en el seno de la empresa para defender sus intereses es un sindicato y cuando el representante sindical se dirige al empresario, éste sabe que no está hablando con fulano sino con un colectivo tan fuerte como su afiliación, sus votos y su capacidad de movilización representen. Así, el sindicato no es la ONG que va a resolver asuntos particulares sino que es el lugar donde arrimar el hombro; claro que cada cual entiende lo de arrimar el hombro a su manera: desde limitarse a votar en las elecciones sindicales hasta comprometerse activamente dejándose la piel, pasando por quien se limita a pagar las cuotas o el que “se moja” poniendo su nombre en las listas.

 A lo largo de 41 años en empresas privadas, he vivido experiencias variopintas, desde trabajos en negro  por 100 pesetas (0,60€) al día “mas propinas,” hasta contratos por tiempo indefinido en grandes empresas; he tenido conflictos individuales y colectivos; he participado  en asambleas y paros salvajes y también en otros amparados por la ley; y he padecido EREs cuando aún se llamaban despidos colectivos… Muchas veces han sido otros los que han dado la cara por mis derechos y otras me ha tocado defender los del grupo, y cada vez estoy más convencido de que la mejor defensa es la que aúna, “hombro con hombro,” los intereses y objetivos de los trabajadores.

Muchas personas dicen con razón que los sindicatos no les representan. ¿Qué esperaban? En la empresa, las personas elegidas en el seno del sindicato representan en primer lugar a sus afiliados y dependiendo de las circunstancias a sus votantes.

Los representantes sindicales que yo he conocido son aquellos que están dispuestos a sacrificar una parte de su carrera profesional, de su tiempo, de su dinero y de su vida privada y la de su familia en pos de un ideal de mejora colectiva en el mundo del trabajo, y demasiadas veces obtienen de sus “compañeros,” la incomprensión, la inexplicable envidia y la descalificación gratuita.

 Entre los más de 3.000 trabajadores con quienes comparto el convenio de empresa, no hay ningún liberado de CCOO, sindicato al que estoy afiliado y en el cual he asumido responsabilidades cuando me ha tocado. Las retribuciones de los representantes sindicales son única y exclusivamente las asignadas a su puesto de trabajo y las carreras profesionales de los “sindicalistas” en el ámbito de la empresa privada te las puedes imaginar a tenor de las colas de personas que se forman para apuntarse a las candidaturas cada vez que hay elecciones sindicales.

Nuestros “líderes” en la empresa viven de su profesión, los elegimos de entre nuestras filas y probablemente, como nosotros, tampoco sean los mejores ni tengan la mejor formación sindical, a diferencia de los representantes de las empresas que les pagan para eso, pero son los nuestros. Quizás los mejores estén a otra cosa, a hacer carrera en la empresa por ejemplo. Los salarios de los miembros de la estructura sindical superior a la empresa son abonados mayoritariamente por las empresas a cuyas plantillas pertenecen y el resto se financia, entre otras, con la madre de todas las partidas de ingresos: las cuotas de afiliación que en CCOO para el año 2013 son 133,20€  por cada uno de los más de 1.110.000 afiliados (las cuentas están en la web del sindicato.) La estructura sindical de ámbito superior a la empresa en la era de la globalización se explica por sí misma. Los logros sindicales desde el nivel de empresa hasta el supranacional dependen de la fuerza que representen: afiliación, votos, capacidad de movilización… Entre los logros de la actividad sindical están los convenios colectivos de empresa y los de alcance superior que no son concesiones graciosas caídas del cielo ni dádivas patriarcales del empresario, sino el resultado de años de esfuerzo y batallas, con resultados desiguales, sí pero de muchas personas. Esas y otras conquistas que no caben aquí no obstan para reconocer que el sindicato es manifiestamente mejorable a todos los niveles. Los afiliados y simpatizantes estamos para beneficiarnos del esfuerzo colectivo pero también para apoyar a los que dan más, aportando ideas, trabajo, dinero, simples gestos, etc. Seguro que no hacemos lo suficiente o no sabemos hacerlo mejor. Los sindicatos, los convenios, la legislación laboral son, o tal vez eran, las últimas redes que nos protegen de caer en el esclavismo propio del siglo XIX. Está en nuestra mano conseguir que lo sean de verdad, y en la tuya lector.

Por cierto que también milito en Izquierda Unida y ni por asomo se me ha ocurrido pensar que eso sí pudiera servir para beneficio particular,  pero de eso hablaremos otro día.

Muchas gracias por haber tenido la paciencia de leer hasta aquí. Dos párrafos más y punto final:

 Uno. Ser una oveja negra no tiene porqué ser sinónimo de “dar la nota negativa,” tal y como tuve ocasión de comprobar en un reciente viaje por carretera en Uzbekistán en el que vi miles de ovejas y todas eran negras.

Y dos: Las probabilidades de que un “sindicalista” medre en la empresa privada son inversamente proporcionales al grado de implicación en la actividad sindical, pero la satisfacción de haber hecho lo que se considera correcto, de dormir a pierna suelta con la conciencia tranquila no tiene precio.

Pako Galán