Irina junto a la pira |
Oídme; porque soy alguien.
Y sobre todo
no me confundáis con nadie.
Irina acaba de abortar. Sus compañeras de vivienda han hecho
una colecta porque no podía afrontar la factura. Ella está a dos velas, se
gastó hasta la última peseta en la travesía y aún mantiene, en la aldea, una
deuda con su familia que financió la aventura. Tantas economías, pesadumbres y fatigas,
y la deuda de allá no sólo no mengua sino que se le suma ahora la de acá.
Irina es rubia, alta y delgada, tiene la mirada clara y es
dulce y joven y guapa.
Trabajó cuatro semanas y media en la casa de María: limpieza
y plancha, cinco horas, tres veces a la semana. Enseguida la ofrecieron
trabajar en la vivienda contigua. Aceptó.
Si consiguiera otra casa, pensaba, antes de dos Navidades
pagaría todas las deudas y sobraría para mandar a casa.
Irina que es moldava, vivía en Coslada y aprovechaba la ruta
de ida y vuelta a nuestra ciudad, para estudiar una miniatura impresa de lengua
rusa – lengua española y viceversa.
Una mañana no acudió a casa de María, ni volvió a dar
señales de vida, se esfumó mágicamente, ni siquiera pasó a cobrar.
Una voz de mujer respondía a las llamadas: “No está, ya no
vive aquí, no dejó dirección ni nada.”
Pasadas unas semanas y por casualidad, María la encontró en
la RENFE. Tuvo que sujetarla con fuerza de la mano para que no escapara y
prácticamente la obligó a acompañarla hasta una oficina bancaria para pagarle
la nómina. Después, más tranquilas, se sentaron en una cafetería e Irina, la de
la limpia mirada, ahora nublada de lágrimas, se sinceró.
No irá a la policía porque nunca la creerían y aunque así
fuese, no tiene la documentación en regla. La expulsarían y ahora no puede
volver a casa. No sin pagar las deudas, las de acá y las de allá. No puede
volver fracasada. Las esperanzas, las haciendas, las ilusiones de toda la
familia dependen de ella. No puede fallar.
Se buscará la vida en otra ciudad. A la nuestra, innominable
aquí por masculina, no piensa volver jamás.
La acongoja tener que hacerse las pruebas. Ahora sólo
faltaría que tuviera las señales de la inmunodeficiencia adquirida, SIDA.
Dice que toda la maldad es masculina y que, de esas bestias
humanas que nunca usan falda, no cree que se salve ni la que la engendró.
A petición expresa de
María que sabe que todas las personas que conocemos la historia estamos
indignadas, la cuento como ella me la ha contado, con voz femenina.
No habría habido interrupción de la gestación, ni colecta,
ni deserción; tampoco lágrimas, ni indignación, ni estas líneas si en la
segunda vivienda, tras esa persona ejemplar de conducta intachable; cortés,
discreta, servicial, amigable… la
vecindad deseable; si tras esa beatífica apariencia no se hallase escondida la
sabandija que ¿para demostrar su hombría? bajo amenaza de muerte, la violó, a
Irina.
Pako
Galán
Nota: María e Irina no se llaman así.
Artículo publicado la decada pasada por primera vez en la revista de la asociación de vecinos de Tres Cantos: Nuevo Tres Cantos
Artículo publicado la decada pasada por primera vez en la revista de la asociación de vecinos de Tres Cantos: Nuevo Tres Cantos
CHAPEAU!!!
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